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Autor: Aidee Boesen

¡Tenemos Un Salvador!

Fue impactante ver los acontecimientos del 6 de enero, cuando violentos alborotadores asaltaron el edificio del Capitolio de los Estados Unidos mientras el Congreso certificaba el voto de presidente por el Colegio Electoral. La Cámara de Representantes y el Senado tienen la responsabilidad de contar y confirmar los votos electorales de los estados. Este es un último paso antes de que el Presidente sea inaugurado. Los alborotadores declararon que no aceptaban los resultados de las elecciones y estaban dispuestos a hacer daño a los miembros del Congreso y al Vicepresidente, con el fin de anular los resultados. En la violencia, dos personas murieron de heridas y tres de eventos médicos. Al momento del escribir, otros dos participantes se han suicidado.

Muchos me han oído decir mientras predican que ningún Presidente, ningún Primer Ministro, ningún Rey/Reina, ni ningún otro líder de una nación es nuestro salvador; ni partido político o filosofía política. ¡Tenemos un Salvador, Jesús el Cristo!

Y sin embargo, la energía y la pasión que algunos católicos han utilizado y visto a otros gastar en el mundo político, me parece desproporcionada con la pasión, o la falta de pasión, sobre nuestras creencias católicas y cristianas. ¿Qué tan lejos estamos dispuestos a ir para vivir una vida semejante a la de Cristo? En cambio, ¿Qué tan lejos hemos ido a promover los principios de nuestras preferencias políticas? Permítanme asegurarles que no es un principio cristiano aprobar el odio y la violencia a los demás con los que no estamos de acuerdo.

Servir a los que han sido ignorados por los demás, alimentar a los cautivos hambrientos, liberar a los cautivos y llevar la Buena Nueva a los pobres son actividades fundamentales para los cristianos. Proteger la vida y respetar la vida son fundamentales para ser cristianos. No podemos abandonar nuestra fe y perseguir la violencia por el bien de un partido político preferido. No debemos abandonar la paz que Cristo nos deja, la paz que Cristo nos da.

La violencia asociada con las protestas por la justicia racial el verano pasado no fue menos problemática. Cualquier cristiano que acepte o justifique la violencia en aras de lograr la justicia está equivocado. Había muchas filosofías en el diálogo mientras la gente discutía sobre el tratamiento adecuado de los seres humanos, independientemente de su raza, color, credo, preferencia sexual o nacionalidad. Pero nosotros, los que seguimos a Cristo, le recordamos su ministerio a muchos, incluso a los gentiles/los paganos. Recordamos el reconocimiento de San Pedro de que Dios no muestra distinción entre los seres humanos (Hechos de los Apóstoles 10:34-35). Todos son dignos de la gracia de Dios. Ese es nuestro punto de partida: no en la diferencia, sino en la unidad.

Paz, Padre Andy