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Autor: Aidee Boesen

¿Cómo te sientes?

¿Cómo te va? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo estás manejando todas las consecuencias del COVID-19?

Estas son algunas de las preguntas del día. Nos saludamos y preguntamos sobre algo que todos estamos experimentando juntos. Si bien su experiencia puede ser diferente a la mía, pero todos hemos sido afectados por los cambios que todos debemos enfrentar.

Si no lo sabían, un resultado de los ajustes que se nos ha demandado es la lamentación. Estamos de luto por la pérdida de control y la pérdida de lo percibimos es lo “normal”. En el apogeo del período de “permanecer en casa y mantenerse a salvo”, estábamos obligados a limitar nuestras interacciones con los demás. Las calles estaban vacías, la economía estaba “deprimida”, ¡y muchos de nosotros también!

Admitir que estábamos, y tal vez todavía estamos de luto, puede ayudarnos a enfrentar la realidad de nuestros sentimientos y el cambio de cualidad de nuestras interacciones con los demás. ¿Qué pasa cuando la gente afligida se une? Hay una tristeza, una disminución de energía y nos ponemos deprimidos como a lo que me acabo de referir anteriormente. Lamentar la muerte de alguien, o la pérdida de algo importante, como perder el sentido de lo que es “normal”, hace que la vida diaria sea más pesada. Y, el hecho
de que casi todo el mundo también está teniendo sentimientos similares, es difícil encontrar a alguien con quien “desahogarnos” nosotros mismos. Vemos que la otra persona tiene sus propias preocupaciones y pensamos que no podemos darle otra carga más para llevar. Por lo tanto, mantenemos nuestros sentimientos para nosotros mismos y nuestra vida sigue sintiéndose pesada.

Algunas personas han venido a mí para informarme que su relación con Dios ha mejorado durante este período. Una joven compartió que había evaluado sus actividades y pensamientos y decidió que quería ser más intencionada con su vida, como mujer de fe. Su vida de oración ha mejorado, su participación y atención en la Misa se ha intensificado, y su conciencia de la necesidad de arrepentirse de sus pecados está más enfocada. Ella no es un caso común.

Muchos otros me han informado que están cuestionando su fe en Dios debido a los acontecimientos actuales. Tanto la pandemia como la evidencia del racismo en nuestra sociedad les ha hecho dudar del cuidado de Dios por el mundo y por los seres humanos. Sin perder paso quiero recordarles que Dios no nos envió el virus. Es uno de miles de millones de virus y bacterias que viven en el mundo que tienen el potencial de causar daño. Y Dios no creó a “racistas”. Los racistas aprenden a ser racistas. Por lo tanto, la
gente puede aprender a no ser racista. (Más por venir)

Paz, Padre Andy