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Autor: Aidee Boesen

¡Amarnos unos a otros como Jesús nos amó, no es fácil!

En las próximas semanas de julio, tengo un par de bodas para sobrinos y sus prometidas. Un sobrino se casará en Appleton, y el otro en Michigan, no lejos de Ann Arbor. No me iré por mucho tiempo para la boda de Appleton, solamente el sábado 16 de julio. La boda de Michigan requerirá que me vaya todo el fin de semana del 30 al 31 de julio. ¡Solo quedan 15 sobrinas y sobrinos!

Aquellos que se preparan para el Sacramento del Matrimonio me recuerdan que están cumpliendo una vocación especial. El matrimonio no es una posesión de dos personas, como si fuera algo privado. Cuando dos personas se casan en la Iglesia, prometen compartir el amor de Dios con los demás. El don abundante del amor de Dios no debe ser guardado para sí mismos, sino más bien, regalado. Teniendo hijos, el servicio comunitario, el ministerio de la iglesia, las obras de caridad y, por supuesto, el amor que comparten entre sí, son todas formas en que la pareja comparte el amor abundante de Dios. Además, cada día Dios renueva ese amor como un don sin fin.

Las parejas casadas que leen la descripción anterior pueden reconocerlo y sonreír. Otros pueden desear experimentar más de esta dinámica. Y para otros, el don eternamente renovado del amor de Dios ha sido difícil de alcanzar, por muchas razones. Algunas razones pueden incluir su propio fracaso en ver el matrimonio como un acto de generosidad; o, la falta de madurez de la pareja; o, la falta de cultivar una relación con Dios y con la comunidad de fe; o, sentirse abrumado por las metas mundanas y los deseos materiales; o, el intento de imitar a otras parejas casadas que no tienen fe en Dios, en lugar de modelar sus vidas siguiendo a Jesús, el Cristo, etc.

Creo que es difícil vivir un sacramento exitoso del amor conyugal en el matrimonio. ¡Amar a tu prójimo como a ti mismo no es fácil! ¡Amarnos unos a otros como Jesús nos amó, no es fácil! Sin embargo, no es Dios quien hace que sea difícil vivir una vida buena y fiel como la de Cristo. Nos lo ponemos difícil nosotros mismos. No podemos culpar a Dios por nuestros fracasos humanos, por nuestra falta de voluntad para amar y convertirnos de caminos anteriores.

La vida matrimonial es intensa. Es una expresión profunda del amor de Dios en nosotros. ¡Debemos responder con la intensidad adecuada! El amor conyugal está destinado a crecer, a evolucionar, ajustarse y avanzar. Los compromisos prometidos que una pareja hace en sus votos matrimoniales no son una promesa de una sola vez. Esos votos expresan una respuesta al amor dinámico de Dios. La esposa y el esposo deben ser dinámicos en su amor mutuo y por el mundo que los rodea.

El amor de Dios es abundante. Que veamos ese amor en las parejas casadas. ¡Que las parejas casadas compartan el amor de Dios!

Paz, P. Andy