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Autor: Aidee Boesen

¡DEBEMOS responsabilizarnos unos a otros!

Los cristianos católicos tienen una responsabilidad importante que cumplir en la actualidad. Debemos tener fe en Dios y con integridad llamar a todas las personas a una mayor unidad y solidaridad. La promesa de amor de Dios y la ley de amor de Dios, exigen que vivamos y actuemos con amor hacia todas las personas. 

     Personalmente, estoy cansado de escuchar y leer sobre las acciones y palabras racistas, discriminatorias y perjudiciales de tantas personas. Peor aun es su falta de voluntad para admitir que su comportamiento es incorrecto. A pesar de que estoy decepcionado por la frecuencia con la que escucho sobre tales incidentes, es necesario que alguien haga el trabajo de reportar tales comportamientos y de hacer que las personas tomen responsabilidad des sus actos ¡DEBEMOS responsabilizarnos unos a otros!

     Como sacerdote que celebra regularmente el Sacramento de la Reconciliación, NO ESTOY CANSADO de escuchar confesiones en las que los penitentes admiten que han sido racistas, o que han actuado y hablado con prejuicios, y están arrepentidos. De hecho, me sorprende que no escuche tal arrepentimiento más a menudo. De hecho, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) ha escrito en un importante documento sobre el racismo en 2018:

      Lo que se necesita, y lo que estamos pidiendo, es una conversión genuina del corazón, una conversión que obligue al cambio y la reforma de nuestras instituciones y de la sociedad. La conversión es un largo camino para la persona. Llevar a nuestra nación a la plena realización de la promesa de libertad, igualdad y justicia para todos es aún más difícil. Sin embargo, en Cristo podemos encontrar la fortaleza y la gracia necesarias para emprender ese camino (Abramos Nuestros Corazones, USCCB carta pastoral contra racismo, p. 7)

    En palabras de papas recientes y grupos de obispos, por supuesto, la Iglesia misma ha admitido, que ha pecado y debe hacer penitencia constante por sus malas acciones. Así como los individuos, también las instituciones deben admitir la culpa: Sólo desde la humildad podemos examinar honestamente los errores del pasado, pedir perdón y avanzar hacia la sanación y la reconciliación. Esto requiere que reconozcamos hechos y pensamientos pecaminosos, y que pidamos perdón. La verdad es que los hijos e hijas de la Iglesia Católica han sido cómplices del mal del racismo, (Abramos Nuestros Corazones, p.23).

     Algunos cínicos llaman a tales disculpas y admisiones de culpa histórica como una especie de debilidad. Por supuesto, los cínicos se niegan a admitir cualquier culpabilidad por el estado actual de racismo y prejuicio. Carecen de la humildad y el coraje para admitir la culpa. Tal admisión de culpa es lo que es necesario para la “conversión genuina del corazón” como se afirma en la carta del obispo sobre el racismo. ¡Dios perdona! ¡Arrepintámonos!

Paz, P.  Andy