Debemos Edificar Sobre Las Lecciones de las Generaciones Anteriores
La semana pasada escribí sobre adolescentes, jóvenes y lo que se referente a su fe y actitudes. Ese grupo de jóvenes siempre ha presentado desafíos para sus padres y adultos mayores. Los adolescentes y adultos jóvenes están experimentando, creciendo, innovando, pensando y construyendo sobre el pensamiento y el trabajo de la generación anterior. A veces, están cometiendo errores e involucrándose en actividades y relaciones poco saludables e inútiles. Los errores son los que nos sacan canas a las personas mayores, pero la generación más joven siempre lo ha hecho.
Estos jóvenes deben vivir, experimentar, tener éxito y fallar como cualquier otra generación lo ha hecho antes. Aun así, el resto de nosotros debemos estar presentes para ellos de manera útil y para apoyarlos. Ayudarlos no significa que estaremos de acuerdo con todo lo que hacen o piensan. Al mismo tiempo, debemos buscar formas adecuadas y respetuosas de compartir nuestros desacuerdos y opiniones. A veces, incluso a menudo, debemos mantener nuestros pensamientos para nosotros mismos y permitir que el joven viva y aprenda. Por supuesto, debemos ser buenos ejemplos de amor, generosidad, compasión y cuidado siguiendo el camino de Cristo.
Debemos involucrarnos en la vida de los adolescentes y afirmar su valor personal e individual, regocijarnos en la igualdad de hombres y mujeres, celebrar sus diferencias y mostrarles el respeto que cada persona merece. Debemos enseñarles cómo no ser sexistas (un sexo no es mejor que el otro), o misógino (odiadores de mujeres), o misántropos (odiadores de hombres), o homofóbicos (temer a la homosexualidad), o xenófobos (miedo a extraños o “extranjeros”), etc. Este tipo de odio y miedo han causado un gran daño en la historia de la humanidad. Como sociedad y como comunidad mundial, debemos hacerlo mejor que las generaciones anteriores. Como comunidad cristiana católica, debemos hacerlo mejor y edificar sobre las lecciones de las generaciones anteriores.
Una pregunta clave que todos debemos enfrentar de manera similar a Cristo es ¿Cómo amaremos y respetaremos en este mundo contemporáneo? La Iglesia y la sociedad en su conjunto están aprendiendo a encontrar formas de respetar y amar a aquellos que informan al mundo que se sienten atraídos sexualmente por los demás de diversas maneras. Las enseñanzas de la Iglesia sobre vivir vidas sexualmente castas se aplican a todos, y el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo se aplica, siempre y en todas partes. El Catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad enseña: “Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta,” (n. 2358).
Vivimos en un mundo que está descubriendo novedad, incluso cuando podemos decir “no hay nada nuevo bajo el sol”. La “novedad” que descubrimos ya ha estado presente. Lo nuevo es que tenemos mayor amor, respeto y aceptación de la diversidad de las criaturas de Dios, incluyendo a nuestros hermanos y hermanas en la raza humana.
Paz, P. Andy